¿Cómo será la Europa 2019?
En clave económica, no se trazan los peores pronósticos para esta parte del orbe, pero tampoco se pasa por alto que el crecimiento de los 27 países de la Unión Europea perdió dinamismo, las circunstancias y posibles efectos del Brexit se mantienen brumosos pero influyentes, cualquiera sea su desenlace, y la guerra comercial norteamericana deja en suspenso ubicar la cuantía exacta del perjuicio a sufrir por el llamado Viejo Continente.
Si bien varios expertos consideran habrá en este espacio geográfico un crecimiento mejor al registrado durante el lapso que fenece, junto con los escépticos calculan no pocos riesgos a enfrentar en lo adelante. Entre los factores a incidir en pro o en contra del inmediato porvenir están las medidas proteccionistas estadounidenses, los precios del petróleo (en países en general carentes de fuentes energéticas propias) y la apreciación o menoscabo de la moneda única.
Finalmente caló el criterio de que el euro está mal diseñado, y las instituciones de la UE toman previsiones para su reforma. Los augurios en ese sentido apuntan hacia un avance de la divisa europea con respecto al dólar, una vez perfeccionada. Asimismo, los ministros de finanzas del pacto recién retocaron mecanismos contra quiebras bancarias y el sistema de ayuda intracomunitaria. De igual forma, en diciembre fue aprobado el primer presupuesto conjunto del grupo, pero sin definiciones suficientes como para presumir su influjo.
De peso, a tener en cuenta por sus probables repercusiones, es el factor en cuanto a lo necesario de recuperar la caída del poder adquisitivo de los europeos —nos referimos a las mayorías, no a las élites—, cuando lograr una mayor confianza para eventuales inversores dependerá de aspectos como los antes citados, pero también de muchas políticas que provocaron descontento extendido e inestabilidad en la gobernanza.
Se mantienen retos específicos y de borrosa solución en algunas áreas (Grecia como máximo exponente y víctima de los excesos aplicados por Bruselas o la troika). La conflictividad entre la República de Irlanda y el Ulster, pues tiene en el divorcio institucional del Reino Unido un factor para el incremento de sus complejidades y resulta, en sí misma, causa de discordancias entre quienes aceptan o rechazan la separación de Londres de los hasta hace poco restantes socios.
Los acontecimientos en Francia a partir de una protesta inicialmente limitada a localidades periféricas y en contra de un nuevo impuesto sobre carburantes evolucionó hacia un proceso de insubordinación muy parecido a cualquier estallido social en regla. De la queja motivada por el pago de una tasa, so pretexto ecológico, se pasó a un crecido pliego de demandas, casi todas vinculadas al programa económico acentuado por la administración de Enmanuel Macron que, en esencia, resta derechos a la mayoría y es muy amable con los sectores favorecidos.
No en balde una demanda priorizada es que los ricos no tengan tantos favores fiscales mientras se aumentan los aplicados contra los ciudadanos de menos ingresos. Es absurdo que las grandes fortunas no paguen impuestos y las clases sencillas sí. Se desea contribuir a la protección y mejora del medio ambiente, pero no por fuerza deben pagarlo quienes menos tienen.
El retroceso del gobierno, al suspender la ecotasa y concesiones subsiguientes, como un aumento del salario mínimo, no satisfacen por entero las urgencias de esas franjas de la sociedad que han visto descender su nivel de vida junto con los amortiguadores oficiales en materias de primera magnitud (protección ante los despidos, ingresos medios no concordantes con el precio del alquiler o la progresiva privatización de la medicina). Por eso se vaticina que las protestas, amainadas luego del atentado terrorista en Estrasburgo, se revitalicen en cualquier momento.
¿Concluirá ese evento como el ocurrido en abril del 2018 con la prolongada y dura huelga planteada por los ferroviarios? Antes hubo rechazo público a la reforma laboral y también le adversaron al gobierno de Macron medidas de similar corte que elevaron hasta el 70 % la cantidad de franceses descontentos con la gestión de quien se considera capaz de modificar contextos europeos para aliviar enmohecidas estructuras y ha salido de este último trance debilitado.
Situación comprometida ocurría casi en paralelo en Hungría, donde la promulgación de una ley semejante a otras aplicaciones neoliberales para flexibilizar el mundo del trabajo en favor de las empresas provocó multitudinarias demandas públicas. Esa nueva resolución duplica el número de horas extra que se deben trabajar en el año y autoriza a la patronal a pagarlas hasta 36 meses después de ejecutadas. A escala popular tildaron como Ley de la Esclavitud la tajantemente rechazada.
En el 2018 también se vivieron jornadas de enardecimiento ciudadano en Rumanía y Polonia. Esta última, pese a no figurar dentro del conjunto con bajo crecimiento, padeció descontentos, sobre todo debido a los apreciados en calidad de ataques a la democracia, o en cuanto a la separación de los estamentos judiciales del ejecutivo central. Tales disposiciones provocaron una moción de castigo por parte de la UE a Varsovia, aparte de las manifestaciones callejeras y otras acciones también en contra que, en definitiva, obligaron al gobierno ultraconservador de Ley y Justicia a dejar a un lado el proyecto.
Todos los pronósticos económicos, sean para esas marismas o si atañen a los mayores y más industrializados, presentan altos grados de incertidumbre, ante todo motivados por las directrices emanadas de Washington, las propias contradicciones de la administración Trump, sus cambios de humor o planes y los desequilibrios al interior de las propias naciones europeas, provocados por el modelo imperante y la falta de realismo o sensibilidad al materializarlo.
Cuando comenzó camino el 2018 estaba pendiente concluir las elecciones en Cataluña, convocadas por la presidencia de Mariano Rajoy. El mal manejo del problema agravó circunstancias de por sí complejas y mantienen una saga inconclusa. En medio, y al término de las investigaciones legales sobre el conocido Caso Gurtel, concluyeron decretando la culpabilidad del Partido Popular en la financiación ilícita a figuras y a la entidad conservadora gobernante. El dictamen judicial dio pie a una moción de censura contra Mariano Rajoy y el acceso, en su lugar, de Pedro Sánchez (PSOE), con un equipo de trabajo y proyectos puestos de inmediato en favor de dar alivio a medidas asfixiantes que habían estado provocando grandes protestas en el país.
Asaeteado por la derecha vieja y la reciente (el PP, Ciudadanos, los ultra de Vox) cada medida y todos los miembros del gabinete están expuestos a permanente crítica y boicot. El propósito es sacarle del puesto con adelanto electoral o un juicio parlamentario a la peor usanza contemporánea.
Alemania también se adentró en el 2018 con una inédita suma de tiempo sin constituir gobierno. Tras un arduo semestre intentando conciliar intereses, los democristianos (CDU) volvieron a coaligarse con los socialdemócratas (SPD), quienes pese a fuertes reticencias partidistas repitieron la rutina de compartir con los conservadores germanos una judicatura que les ha estado quitando electorado.
El ascenso de la ultraderecha (Alternativa para Alemania, AfD, por sus siglas en alemán) que por primera vez desde mediados de los 40 tuvo acceso al parlamento, aumentó los riesgos de tener como corriente aceptable lo excepcional y peligroso.
Comicios regionales posteriores confirmaron la amenaza. Ante hechos consumados, Ángela Merkel, la estadista mejor valorada durante casi dos decenios y a quien tildaron de la mujer más poderosa del planeta, decidió tirar la toalla: concluir su mandato y no aspirar a otro. Ya tiene sustituta en la Unión Demócrata Cristiana (CDU), pero no solo por ese detalle el país de mayor tamaño, población y riqueza de Europa se sumerge en una espiral de eventualidades. Dado su peso y el protagonismo del cual hace uso dentro del Pacto Comunitario, la inseguridad que de este país emana va a reflejarse en el funcionamiento y derivas de toda la UE.
En Italia también ocurrieron asociaciones imprevistas. El Movimiento 5 Estrellas y los neofascistas reconvertidos en La Liga constituyen una alianza que está dando motivos de preocupación por sus tendencias rupturistas. No quieren seguir las órdenes de la UE, pero sí mantener los beneficios obtenidos de ella. La recuperación de la tercera economía europea sigue pendiente y a expensas de casualidades antes que de causalidades. De todos modos, Matteo Salvini y La Liga tienen mayor aceptación ciudadana que los grillinos y no se excluye el advenimiento de nuevos equipos de corte altamente conservador para aumentar el ya fuerte influjo que tienen en este mandato.
El empleo del lenguaje y ofertas populistas es factor de atracción, usado con éxito hasta el momento. Así se ha comprobado en países como Austria, Holanda e incluso Suecia, tan apegada a la noble socialdemocracia que les distinguiera y a la cual le deben mantenerse entre los pocos con estado de bienestar actualmente. Este país nórdico, durante mucho considerado un paladín de la tolerancia y apertura humanística, también ha experimentado una derechización a tono con los influjos emanados de Washington y un modo de hacer política partir de exuberancias y fanfarronadas, el placer por las sanciones y el chantaje o la univisión sobre conveniencias comerciales o económicas.
Nada alejado de los peores laberintos está también Ucrania, quebrada y a expensas de determinaciones no siempre competentes de EE. UU. y Bruselas. Las ayudas no ingresan a los sectores productivos ni al circuito popular, luego ¿adónde van, qué frenan o aúpan? ¿Es propio o por encargo el peligroso incidente en el Mar de Azov con buques rusos?
Junto con las penurias de la austeridad y las desregulaciones camina la ultraderecha. Es grande y otro serio inconveniente de múltiples cabezas asomando en insospechados escenarios. La conjunción de estos factores provoca ingobernabilidad y perspectivas nada recomendables.
Para el sociólogo germano Dieter Rucht, en casi toda Europa existe “un nivel creciente de disgusto e inquietud”. A ese criterio se suman otros tantos expertos espoleados por el clima de rebeldía social existente en muchos sitios y ante el inminente riesgo de que el Reino Unido concluya abandonando la Unión Europea sin el debido convenio. “Un brexit sin acuerdo sería un desastre para nuestro país y ningún gobierno responsable lo permitiría”, aseveró Jeremy Corbyn, jefe del laborismo británico, mientras los grupos empresariales advertían sobre un cataclismo para la economía si el divorcio se hace a la brava, algo además, con un coste estimado en inicio de 450 000 millones de euros.
La Europa actual acumula en este momento varias situaciones comprometidas. La relacionada con el presupuesto en Italia (le exigen a Roma sobriedad en el monto) y el nivel de exigencias populares en Francia, o el rechazo en Hungría y Polonia a medidas consideradas extremistas. El nuevo trance de gobierno en Bélgica (el partido nacionalista flamenco N-VA abandonó la alianza con los valones, cuando el primer ministro, Charles Michel, firmara el Pacto Mundial para la Migración de la ONU). También hubo protestas en Serbia (un ataque contra el líder de izquierda, Borko Stefanovic, desató disgustos diversos) y, encima, el anuncio desde Kosovo (antigua provincia serbia convertida de forma unilateral en país) sobre la creación de un ejército, introduce añadidos que impiden excluir momentos de alta tensión y beligerancia con el gobierno albano-kosovar, bendecido otra vez por Estados Unidos, esta vez por fortificar sus capacidades militares. En esa misma área está Albania, donde el estudiantado dio inicio en diciembre a marchas contra el primer ministro Edi Rama, debido a la muy generalizada pobreza imperante, entre motivaciones de no menor cuantía.
Otros peligros Viejo Continente. Fuera de hechos puntuales ya citados, crecen los soberanismos intransigentes o los nacionalismos desquiciados. En diferentes centros de análisis mundial se vienen estudiando las tendencias que, como la desafección hacia las élites, paródicamente, dan alimento a los personajes y movimientos de la extrema derecha. El fenómeno se generaliza dentro de Europa, pero existe, y de forma flagrante, en otras partes, incluyendo Latinoamérica.
Azuzando resentimientos inductores de incertidumbres sociales, ganan terreno basando su retórica en un sentido de lo autóctono mal entendido y con supuesta oposición a lo establecido, esto es, administración deficiente de los gobiernos, sumergidos en programas de austeridad que, pese a la crisis, permitieron enriquecerse más a quienes mucho tenían, pero privaron a las mayorías de contrapesos llevaderos.
“Existe una reacción de miedo al futuro y al cambio. Un miedo de perder la identidad y el bienestar y un miedo a lo desconocido y a los problemas que la política no ha sabido solucionar satisfactoriamente”. Ese es el criterio del secretario general de la Asociación Austriaca de Asuntos Europeos, Paul Schmidt, pero no es el único en identificar un problema en progreso.
Ese tipo de sentimientos están siendo estructurados por personajes como Steve Bannon, jefe de campaña de Donald Trump, quien se desempeña en el intento de crear una federación de partidos nacionalistas capaces de “exportar la revolución de las llamadas derechas alternativas”. El estratega político tiene tan amplias perspectivas… se relaciona, indistintamente, con los ultraconservadores franceses o los de Brasil.
Esas propensiones van pesando sobre la Unión Europea, incapaz hasta el momento de actuar con la independencia requerida, pues aun cuando es un actor de peso en la política mundo, se mantiene en carácter de auxiliar para las determinaciones norteamericanas. Durante el 2018, Bruselas tuvo un sesgo de rebeldía al seguir apoyando el pacto nuclear con Irán cuando EE. UU. renunciara a cumplirlo, pero no veló a fondo por sus intereses en cuanto respecta a las sanciones contra Rusia.
Partiendo de las lastimaduras económicas sufridas por aplicar esos castigos, algunos socios comunitarios desean suspenderlos y no faltan (la Polonia de Kaczynski, por ejemplo) quienes desearían mayores penitencias. Hay fisuras y una es que Alemania recibe gas directo de Rusia y no se opone a la ampliación de ese conducto hasta el mar Báltico. En la cumbre europea a mediados de diciembre se concordó no concluir las sanciones sobre Rusia, pero tampoco endurecerlas, pese al tema vinculado a la ofensiva ucraniana.
El gobierno de Kiev, formado por oligarcas corruptos y sectores emergentes de beligerancia excesiva, no ha sacado al país del empobrecimiento alarmante y permite acciones autoritarias, promovidas por los neonazis. La campaña antirusa aparece en función de darle apoyo a lo mandatado por Washington y oculta extremismos que en cualquier momento pueden resultar incontrolables.
Serguéi Lavrov consideró, durante una entrevista, que el presidente Petro Poroshenko planea una “provocación armada” en la frontera con Crimea antes de que concluya diciembre. Rusia no permitirá una agresión de “nuestro país, nuestras fronteras”, dijo, basada en intereses de sectores encargados de desviar la atención en su favor aunque implique peligros serios, dejó saber el canciller ruso.
Ese asunto es delicado y quizás no todos lo aquilatan debidamente. En Moscú se considera que el incidente en el Mar de Azov, provocado por naves militares ucranianas, es un acto exploratorio para acciones de mayor envergadura promovido por sectores que han intoxicado de gravedad el ámbito de las altas decisiones en el país vecino y sirve de base a la rusofobia desplegada con este u otros móviles.
Sobre Rusia se ciernen otros avatares. Al incremento de bases, pertrechos y soldados en sus fronteras, decididos por los norteamericanos bajo el paraguas de la OTAN, arriba la negativa estadounidense a renovar el tratado sobre misiles nucleares de corto y mediano alcances, algo muy vinculado a la estabilidad de Europa Occidental, donde estuvieron emplazados hasta finales de los 80, los euromisiles de ese tipo (Pershing) apuntando contra los rusos. Volverían a ser dislocados nuevamente, aparte de los asentamientos de los llamados escudos antimisiles que también mueve el Pentágono en suelo centro-europeo.
El Kremlin se dijo dispuesto a desarrollar nuevos cohetes estratégicos si la administración Trump les fuerza con la retirada del pacto. Vladimir Putin, buscando avenencias, sugirió incorporar otros Estados a ese mecanismo de control, aparte de introducir varias precisiones tendentes a perfeccionar el convenio.
“Estamos presenciando la desintegración del sistema de control de armas”, especificó Putin en alocución pública. “El New Start (otro tratado que limita el número de misiles nucleares estratégicos y de cabezas nucleares) expira en el 2021 y aún no tenemos negociaciones en marcha. ¿No quieren hablar de eso?”. Al respecto fue específico: “Desgraciadamente hay una tendencia a subestimar la posibilidad de una guerra nuclear, y esa tendencia está incluso creciendo”.
Esas no son discrepancias ideológicas, sino la rivalidad empujada por EE. UU. que, mediante sanciones y el incumplimiento de alianzas o pactos, intenta entorpecer el desempeño de aquellos con un avance tecnológico mayor al suyo. No soportan tampoco los éxitos obtenidos por Rusia en acciones exteriores de envergadura, como es la ayuda prestada a Siria que desarticuló casi por completo al califato islámico, mientras todas las guerras made in USA concluyeron en un chasco o se prolongan (el caso de Afganistán) de manera cara e infructuosa.
En materia militar los gobiernos europeos tampoco tienen unanimidad de criterio. Durante el 2018 resurgió el sobado tema de crear un ejército propio. Para unos el propósito (o el deseo) se dirige a dejar a un lado la Alianza Atlántica, dirigida por el Pentágono y palanca del no positivo influjo sobre los 27. Otros jefes de Estado creen que solo se trata de unificar las tropas y los recursos para colaborar en la defensa común. Si así fuere, la salida del Reino Unido del grupo implicará una pérdida de grandes dimensiones al plan, en cualquiera de esas dos variantes.
Los necesarios ajustes son de gran techo en ese terreno tiene demostraciones en la posición de Turquía, miembro de la OTAN, pero donde dieron un viraje espectacular, sobre todo en lo vinculado con la guerra en Siria, luego del intento de golpe de Estado (al parecer validado por EE. UU.) contra Recep Tayyip Erdogán. De virtual colaborador con los grupos yihadistas en connivencia con Occidente, Ankara determinó eliminar tales apoyos y circunscribirse a sus propios intereses. El pragmatismo de Putin parece haber influido en otros asuntos posteriores a ese vuelco, y el gasoducto Corriente Sur, boicoteado por países europeos bajo presión norteamericana, concluye trasformado en el Corriente Turca.
Turquía prestó un gran concurso a la UE al aceptar el control de los flujos migratorios procedentes del área vecina en guerra, pero ese asunto es uno de los más agudos y difíciles de conjurar todavía. Los extremistas de toda laya se han valido del tema para estigmatizar a quienes huyen y erigirse en salvadores de sus sociedades. En la psicología general ya está instalado el criterio de no recibir extranjeros por ser asesinos, violadores y criminales.
Antes de esos eventos hubo rechazo a los gitanos nacidos en la propia Europa, y el empobrecimiento de grandes capas en el este y en los Balcanes provocaron desplazamientos importantes en varias etapas de los últimos 20 años. Solo hacia Alemania se movió recientemente un millón y medio de personas procedentes de países de la UE cercanos. Fue imperioso crear condiciones mínimas para los sin techo de varias nacionalidades que nada tienen que ver con conflictos armados, sino con la pobreza.
Pero como afirman algunos politólogos, la autopista de la globalización oligárquica y neoliberal en esta parte del mundo tiene tal fárrago de leyes y compromisos al servicio de los intereses empresariales, que por sí solos crean o profundizan riesgos y detestables expresiones de la condición humana. En la Oxford Economics vaticinan que existen nuevos riesgos para el 2019, y el brexit está entre los capaces de cambiar el devenir del Viejo Continente.
“El proteccionismo continúa como una de las grandes preocupaciones” en el año por comenzar, aseguran los economistas, pues aunque Donald Trump llegó en julio a cierto acuerdo con Jean Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, se espera del errático presidente un olvido de ese compromiso y la imposición de tarifas a las importaciones, capaces de reducir el crecimiento en la Eurozona, con Alemania y Europa Central y del Este entre los más afectados.
Fuera de que suban o desciendan los precios del petróleo o se apliquen o no nuevos impuestos contra el libre comercio, resulta imposible ocultar que hay una crisis general del sistema capitalista. Su carácter transitorio o permanente es asunto por comprobar.
En Europa, donde con mayor fuerza se ha expresado el dilema, las sociedades reaccionan enfurecidas, exigiendo reparaciones, en tanto, incluso o a pesar de que haya crecimiento próximo, mucho conspira a contracorriente, toda vez que entidades hechas para unir sufren desgajamientos y se hace indispensable una revisión de herramientas como la moneda común, la aceptación o rechazo de los pactos migratorios o los esfuerzos por preservar la naturaleza. Luego, a partir de enero, son posibles tanto sorpresas como desengaños, también en este trozo del orbe.
Fuente: Artículo De ELSA CLARO MADRUGA publicado en http://www.cubahora.cu
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